El botijo, ese receptáculo de barro cocido que nuestros padres y abuelos usaban las tardes calurosas de verano para refrescar el ‘gaznate’. Ese compañero de albañiles, jornaleros del campo y demás trabajadores al aire libre, ¿que habrá sido de el?.
Pues supongo que en Andalucía lo seguirán usando, porque generalmente es la parte de España donde hace más calor, aparte de Murcia y Extremadura. Yo de pequeño lo he usado mucho, tenía un familiar lejano que se dedicaba a la alfarería y nos regaló dos ‘búcaros’, uno de verano y otro de invierno.
Al principio no entendía bien la diferencia, sólo veía que uno estaba fabricado en barro y cocido sin más y el otro lo adornaba un bonito dibujo y lo cubría una capa de esmalte.
Pues bien, la cosa es que los botijos mantienen el agua fresca por el procedimiento de la evaporación, me explico: el barro cocido es un material tremendamente poroso, y el agua del interior se filtra a través de estos poros, pero para poder ‘salir’ necesita hacerse gaseoso, entonces con el calor seco de algunas regiones antes mencionadas el agua se evapora tomando la energía necesaria del exterior pero también del interior, con lo cual baja la temperatura del agua y por eso se mantiene fresca.
Del mismo modo que si el botijo está adornado y cubierto de un esmalte protector, no hay poros que valgan con lo que la temperatura interna suele aumentar como si usásemos por ejemplo una botella de plástico.